En los escenarios donde la muerte se confabulaba con la codicia de grandes poderes económicos y políticos, el tiempo dio la vuelta y luego de la desmovilización paramilitar, las comunidades del Bajo Catatumbo sintieron que era el momento de compartir las esperanzas antes prohibidas.

En 2007 la Asociación MINGA inició unos ejercicios de pedagogía activa para recuperar la memoria histórica con grupos de víctimas de los municipios de Tibú y El Tarra.  En los ejercicios de memoria se abría una válvula al terror individual y colectivo con el que se había pretendido controlar conciencias y territorios. La reflexión social para elaborar las galerías de la memoria permitió el encuentro entre una historia familiar y una colectiva; los sueños inconclusos de los seres queridos; el aprendizaje sobre el tipo de justicia y la reparación integral.

Durante tres años se juntaron otra vez las confianzas y las ganas de vivir y  empezó a romperse el espanto que paralizó la voluntad: “Yo no había podido llorar a mi hija en público. Ahora puedo hacerlo y mostrar su imagen con orgullo. Ver a mi hija ahí en esa galería es como decirle a todos que mi hija no era el tipo de persona que mostraron los asesinos para tratar de justificar su muerte. Eso sí, carácter si tenía”, dice doña Marina habitante de Tibú.

Los ejercicios de memoria desencadenaron duelos, verdades. Fue la memoria histórica, la que activó una nueva etapa de movilización en la que las mujeres tuvieron gran liderazgo por la búsqueda de la justicia y la organización de conciencias. La Asociación por la Memoria y la Dignidad de las Víctimas, AMEDIVIC, conformada en 2008 a partir de los grupos de trabajo del que hicieron parte familias víctimas y líderes sociales, es  un ejemplo de este proceso.

“Nosotros éramos como unos niños asustados que andábamos por ahí acurrucaditos por los rincones. De la mano de MINGA nos hemos parado y estamos aprendiendo a caminar solitos y solitas”. Explica doña Socorro, líder de la Junta Comunal de la vereda Bertrania, zona rural norte de Tibú.