La multitudinaria movilización realizada por la sociedad colombiana el pasado 9 de abril tiene muchos significados y se le puede analizar desde varios puntos de vista.
Más allá de la coyuntura y las diferentes apuestas en juego, la participación de la ciudadanía envió un mensaje político claro y contundente: las partes sentadas en la mesa de negociación no se pueden parar de ella hasta acordar la solución del conflicto armado.
En un país donde contadas veces sus ciudadanos se vuelcan masivamente a las calles para exigir parar la guerra y empujar la paz, desde sus diversas perspectivas, esta movilización no se puede leer como una jornada más. Esta expresión señala un cambio de rumbo estratégico en la martirizada historia de Colombia y conmina a todos los actores determinantes de la superación de la violencia política a no dar reverso. Es decir, si las partes la comprenden en su verdadera dimensión, significa que no hay marcha atrás. Esto ya sería un resultado contundente del proceso.
No es de poca monta ver marchar juntos, por un objetivo común, al establecimiento con presidente y alcalde mayor de Bogotá a bordo, a los equipos de gobierno, al movimiento social y de derechos humanos, víctimas, partidos de izquierda, funcionarios públicos, estudiantes, campesinos, afros, indígenas, mujeres organizadas, ambientalistas, artistas y ciudadanos del común. Quizás es la primera vez que esto se presenta. Razón mayor para entender que no se puede dejar pasar ese sentimiento profundo y sincero, y tendrán la iniciativa quienes sean capaces de interiorizarlo e interpretarlo.
Pero además de los desafíos que le esperan a las dos partes, y posiblemente a la tercera, si el ELN inicia un proceso; también implica un reto grande para la sociedad organizada y politizada, que además de ser víctima del conflicto, ha tenido como bandera la solución política de éste y la búsqueda de la paz. Tomar en serio y a conciencia lo que significa empezar a ver a las regiones y al país sin el referente de la violencia como única categoría de análisis para comprender sus realidades, debe ser una apuesta igualmente sin vuelta atrás. Ello significa concientizarnos de que hay que sepultar el paradigma de la militarización de la vida y la violencia en el que nacimos, y que es imposible construir un proyecto de vida sobre una estrategia de guerra.
Implica deconstruir narrativas nacidas y desarrolladas en el marco del conflicto armado interno, la represión, la agresión, las estigmatización y persecución por parte del establecimiento; discursos que superen la denuncia, lo contestatario, la desconfianza a toda forma de gobierno y de institucionalidad, la lucha por la lucha… Necesitamos recuperar la mirada universal, integral y sobretodo futurista, para superar las prácticas cerradas que nos han colocado en la marginalidad histórica. No implica esto dejar principios, criterios, enfoques de emancipación y transformación hacia nuevas sociedades; al contrario, es la oportunidad de afirmarlos y fundamentalmente de ponerlos en práctica.
Aún así, desde esta organización defensora de derechos humanos, vemos el contexto y la tendencia hacia la paz con optimismo, en lo que debemos incidir a pesar de los grandes desafíos que implican mover posturas, reorganizar ejes programáticos, decodificar pensamientos arraigados y arriesgar.
Imágenes Movilización 9 de abril
Diana Sánchez
Directora Asociación para la Promoción Social Alternativa MINGA