Compartimos la crónica realizada por la Revista Semana, sobre el Costurero Kilómetros de vida y memoria al cual -desde su fundación hace 4 años- acompañamos cada jueves en su apuesta de tejido por la paz, la memoria, la verdad y la no repetición de la violencia en Colombia…
Víctimas de falsos positivos, del holocausto del Palacio de Justicia, de los episodios más duros del conflicto, se reúnen cada jueves a tejer sus historias. Entre las puntadas, sus vidas terminaron cruzadas por hilos compartidos.
La primera vez que Rosa Milena Cárdenas llegó al costurero tenía un montón de sensaciones anudadas en su cuerpo. Dos días antes, aturdida, febril, se había tambaleado por los pasillos de Medicina Legal, cuando le confirmaron que su mamá había muerto 30 años atrás en el holocauso del Palacio de Justicia, que una caja que permaneció todo ese tiempo enterrada en el Cementerio del norte sí contenía lo que quedó de su cuerpo. La precisión de las pruebas de ADN había acabado con la incertidumbre.
Con ese malestar que no se le iba, y con miles de palabras por decir, pero que no lograba articular, llegó al costurero. Rosa Milena Cárdenas rememoró una y otra vez el momento en que recibió los restos. No podía parar de contarlo, era como si con las palabras intentara ratificar que eso, por lo que había esperado tres décadas, realmente había sucedido. Las demás mujeres la escucharon sin dejar de tejer. Rosa Milena sintió que había encontrado a quienes comprendían sus dolores: el de la pérdida, pero también uno más profundo: el de desconocer la verdad sobre los seres amados. Y allí también encontró a Doris Tejada Castañeda, la madre de Óscar Alexander Morales, asesinado por el Ejército en enero de 2008.
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Rosa Milena vive con la pena de que su abuela Rosalbina haya muerto sin poder despedirse, sin poder sepultar con el ritual cristiano a su hija, a Luz Mary, sin haber llorado sobre su tumba. El peso de la espera, que aguantó durante casi 30 años años, se hizo insoportable y murió pocos meses antes de que se supiera la verdad, y eso a Rosa Milena le destroza el alma.
El reflejo de su abuela se le aparece en Doris Tejada, quien lleva siete años en la búsqueda del cuerpo de su hijo, que ya ha hecho mella en su cuerpo. Hoy sufre de vértigos y dolores que los médicos no explican pero que, sabe Rosa por su experiencia familiar, llegan desde el vacío que deja en el alma de una madre desconocer el final de un hijo. Y teme que la enfermedad se imponga sobre la fuerza y, como a su abuela, le impida encontrar a su hijo.
Cuando Rosa Milena se unió a ese grupo de mujeres no sabía tejer. Entre ellas aprendió, sin embargo, no ha podido tejer su historia. «No sé si es por el miedo -dice- de sentarse y revivir sentimientos». Aún así, en su mente ya está la imagen que anhela: «Quiero hacer el Palacio envuelto en llamas. Un sol y una luna en cada esquina, que simbolicen tantos años de espera. Y ellos (los muertos y los desaparecidos) al frente, cogidos de la mano».
Frente a ese Palacio que recuerda envuelto en llamas estuvo el año pasado, un año después de haber encontrado a su madre, 31 años después de haberla perdido en el holocausto. Para el 4 de noviembre, llegaron los tejedores de todos los costureros de la memoria del país y montaron un campamento en la Plaza de Bolívar, donde se pusieron a trabajar con los hilos y las agujas. Su objetivo, el de más de cien personas, era unir sus historias, las que les dejó la violencia, en un solo gran telar con el que envolverían el Palacio de Justicia el 6 de noviembre, cuando se conmemora la toma del M-19, que luego de la entrada a sangre y fuego de los militares, dejó alrededor de 100 muertos, entre esos la mamá de Rosa Milena.
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Pero el objetivo se veía como un anhelo lejano. Dudaban que las tejidos alcanzaran para cubrir la extensión de todo el edificio. El día siguiente, dice Rosa Milena, fue el de la multiplicación de las telas. Uno a uno agarraron sus telares y los juntaron, mientras armaban una cadena humana alrededor del Palacio de Justicia. De repente, las personas dejaron de rotar. Rosa Milena se emocionó. Escuchó un grito y ya estuvo segura. Las dos puntas del gran telar se habían juntado. Hubo lágrimas y abrazos.
«Envolvemos la justicia con nuestro casos y perseveramos en que la impunidad se acaba porque seguimos creyendo en la justicia. Pero necesitamos que ella nos mire, que se vuelva hacia nosotros», dice Rosa Milena para explicar el significado de ese momento que vivió, entre muchos otros, junto a Doris Tejada.
Hoy, Rosa Milena lleva de su brazo a Doris, para evitar que los vértigos la tumben. La conduce hasta una escalera donde, una vez más, con la esperanza de que sirva para impulsar el proceso judicial de su hijo, se sienta a contar su historia.
En uno de los telares de Doris, en el que habla sobre el día más difícil de su vida, bordó el dibujo de una gran fosa común. El 8 de noviembre de 2014, hacia la medianoche, arrancó un bus desde Bogotá con rumbo a El Copey, Cesar. A bordo iban los miembros del costurero, a buscar el cuerpo de Óscar, el hijo de Doris.
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Para ella fue muy difícil dormir en el bus. No sabía con qué se iba a encontrar en El Copey, ese pueblo que desconocía pero en donde tiene enterrada media vida. Según la Fiscalía, allá está sepultado su hijo, junto a otros dos muchachos y quien sabe cuántos más, en un terreno abandonado que se convirtió en una fosa común.
En la plaza de ese municipio comenzó la peregrinación. 33 personas con sus telares caminaban hacia un paraje desconocido. La gente del pueblo se asomaba en las puertas a observar la marcha. Doris se desmayó un par de veces, se tomaba algunas gotas medicinales para tranquizarse y seguía caminando. «¿Ya llegamos?», preguntaba. El recorrido parecía inacabable. Hasta que luego de tres horas de marcha, casi al atardecer, su pregunta recibió una afirmación como respuesta. ¿En serio es aquí?, dijo incrédula. Solo veía un potrero.Entonces apareció un arcoiris y ella sintió que era una señal del cielo. Caminó por el terreno y no vio nada que le hablara de su hijo.
Óscar Alexánder Morales se fue del lado de su madre en diciembre de 2017. Partió hacia Cúcuta a visitar a su hermano. El 31 de ese mes llamó a Doris para decirle que no podría pasar el año nuevo a su lado. Ella lo escuchó triste. El 16 de enero, según apuntan las investigaciones, el Ejército lo mató. Su cuerpo fue enterrado en El Copey.
Estaba a punto de oscurecer y Doris sentía que faltaba algo, necesitaba la certeza de que su hijo estuviera allí. Los peregrinos empezaron a regresar al pueblo y ella, agotada de cuerpo y espíritu, gritó. Llamó a su hijo. Entonces, dice, miró hacia el fondo del potrero y retratada entre las nubes vio la figura de Óscar. «Yo respiraba aire y botaba dolor». Con esa certeza, Doris tuvo alientos para regresar a Bogotá.
De eso ya pasaron dos años y los restos de su hijo siguen enterrados. Y en ese lapso, la espera le menguó la fuerza. Hoy, entre sus padecimientos, sigue en las diligencias para recuperar el cuerpo de Óscar.
Doris Tejada solía tejerle sacos y medias a su hijo. Ahora, teje para recordarlo. «Con cada puntada vienen los dolores a la mente, pero también los momentos bonitos que pasé con mi hijo, y eso me amortigua la pena», dice. El costurero es su apoyo. Como hoy lo es Rosa Milena, quien la lleva del brazo para evitar que se desplome del vértigo en el que se materializa su pena.