En un especial por la conmemoración de los 15 años de la Guardia Indígena del Norte del Cauca, el diario El Espectador acompañó un recorrido por los rincones de las montañas de este territorio…
La Guardia Indígena recorrió los rincones de las montañas del norte del departamento recordando a sus muertos. El día que celebraban sus 15 años de resistencia, el conflicto armado reapareció
El día en que la Guardia Indígena del pueblo nasa, en Cauca, celebraba 15 años de su resistencia, el cruce de disparos entre la Policía y las Farc se convirtió en el sonido ambiente de su acto conmemorativo. A ese ruido se han acostumbrado durante 50 años de conflicto en su territorio. Pero estaban indignados, pues justo en la fecha de su celebración, la Policía Antinarcóticos armó un operativo para destruir un laboratorio de procesamiento de cocaína, pese a que estaba advertida, junto con otras autoridades municipales y departamentales, de que la Guardia Indígena estaría en el sector que quedó en medio del fuego.
La incomodidad fue mayor, pues aunque han vivido con este panorama durante más de cinco décadas, desde hace año y medio no había combates en la zona, y justo se reanudaron cuando más de 250 indígenas en chiva llegaron a la vereda El Tierrero, en Caloto (Cauca), sitio donde el 28 de mayo de 2001 se consolidó la Guardia Indígena, un movimiento que en 2004 recibió el Premio Nacional de Paz. Los kiwe thegnas –cuidadores de la tierra en su lengua– calificaron el enfrentamiento entre los cuatro helicópteros de la Policía y las Farc como un acto de amedrentamiento.
“Esta es la paz que promueve el presidente (Juan Manuel) Santos. Este es el diario vivir de la Guardia Indígena. Hay que seguir luchando. No nos dejaremos sacar. La paz se construye en los territorios. La Guardia Indígena es constructora de paz. A nuestros mayores que pedían tener voz, los asesinaron”, fueron palabra de Mario Güegüe, uno de sus líderes. Al finalizar el acto, sin miedo a las balas, los indígenas bailaron una danza ancestral para la madre tierra y pedir por su protección.
Este escenario de guerra, del que fue testigo El Espectador, ocurrió durante la segunda jornada de un recorrido que realizó la Guardia Indígena, junto al Centro de Memoria Histórica y la Embajada de Suiza, para reconstruir su memoria. Un legado que debe inmortalizarse, según ellos, para recordar a 21 guardias asesinados desde 2001 por las Farc, los paramilitares y la Fuerza Pública. Un viaje entre las montañas del norte del Cauca, por los municipios de Toribío, Miranda, Caloto, Corinto y Jambaló, pueblos que fueron testigos de la crueldad del conflicto armado.
“Este recorrido lo llamamos minga del caminar de los kiwe thegnas, para continuar el proceso organizativo del territorio y recordar a nuestros compañeros que han dado la vida. Muchos eran jóvenes y padres de familia. Es nuestra forma de decirles que no están solos. Nuestro primer paso es simbolizar los lugares donde han caído. Vamos a poner unas vallas y a pintar nuestras banderas. Cada masacre es un aprendizaje. Verlos morir da fortaleza y nos hace pensar en otras estrategias para seguir resistiendo”, explicó Albeiro Camayo, coordinador de la Guardia Indígena de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca.
A su voz se unió la de otro líder emblemático de la Guardia, Raúl Ibáñez, un indígena pequeño y macizo, que cree la importancia de este recorrido es no olvidar los años de lucha que cobraron las vidas de sus compañeros. Además, agregó que el pueblo nasa aún es vulnerable, pues sigue siendo objeto de amenazas de nuevos grupos paramilitares, como las Águilas Negras. Ibáñez fue uno de los líderes que recientemente fue intimidado.
Son más de 18.000 guardias indígenas en Cauca. Niños desde los 5 años con sus pequeños bastones y chalecos azules o verdes, hasta adultos de más de 60 años que aún custodian las veredas montañosas del Cauca participaron de este recorrido que comenzó con 100 personas el jueves 21 de abril a las 7:00 de la mañana en Santander de Quilichao. Antes de subirse a las dos chivas cargadas con seis grandes bafles y bultos de papa, arroz y granos, fueron “armonizados”. Un ritual en el que se les hacía un baño con agua y remedios tradicionales para que sus ancestros los protegieran.
Con bastón al hombro, y luego de su famosos grito “Guardia, Guardia: fuerza, fuerza”, inició el viaje. Sin embargo, no habían pasado más de 60 segundos de que las chivas prendieran sus motores cuando un mensaje de texto llegó a los celulares de los líderes de la movilización. Era la séptima amenaza en lo corrido del año contra el pueblo nasa. “Indios hijueputas” y “guardia de ratas” eran algunas de las frases de ese mensaje enviado por un grupo que se identificó como Bloque Militar Clan Úsuga. Fueron declarados, como muchas otras veces, objetivo militar por supuestamente se colaboradores de las Frac y la Fuerza Pública. Una paradoja, pues se trata de sus otros verdugos históricos.
“Con más razón tenemos que hacer este recorrido”, dijo la voz que se escuchaba por los parlantes de las chivas. Antes de llegar a la primera parada hablaron de sus 500 años de guerra, en los que ni la Conquista, guerrilleros, paramilitares o agentes del Estado habían podido acabarlos. También sobre sus nuevos retos como Guardia Indígena: la lucha contra la minería ilegal, la sustitución de cultivos ilícitos y el inminente posconflicto.
La primera parada fue la vereda San Pedro, de Santander de Quilichao, punto de control del Resguardo de Canoas, donde a finales de los 90 llegaron los paramilitares del bloque Calima bajo el mando de Hébert Veloza García, alias H. H.. En este sector también había fuerte presencia guerrillera, al punto que por esas fechas las Farc habían reclutado a un centenar de jóvenes del resguardo. Algunos de ellos lograron ser recuperados por la Guardia Indígena, otros murieron y el resto siguen desaparecidos.
“Hemos sido víctimas del conflicto, pero también constructores de paz, somos un ejemplo para el Gobierno”, proclamó uno de los líderes del Resguardo de Canoas. La mayoría de los jóvenes que salieron de las filas de las Farc fueron recluidos en la finca Vilachí, una de las primeras tierras recuperadas por el pueblo nasa en 1989, que se convirtió en un centro de armonización. Algo así como los centros carcelarios de los indígenas, pero sin celdas.
La muerte de Apolinar Dizú a manos del Ejército y el asesinato de Leonardo Dizú en 2001 fueron de los primeros homicidios de guardias indígenas registrados. Ambos eran del Resguardo de Canoas. Pero el hecho más doloroso, y que aún no sale del corazón de la comunidad, fue la masacre del 16 de diciembre de 2001, cuando los paramilitares mataron a ocho indígenas, tres de ellos también de la familia Dizú: Lorenzo, José Raúl Dizú y Hernán. Se cansaron, se mamaron. Dijeron “¡no más!”. No aguantarían otro homicidio y que los siguieran estigmatizando como guerrilleros o colaboradores del Ejército. Lucharon con sus bastones y 15 años después lograron sacar a los violentos de sus tierras.
Las dos chivas siguieron el recorrido por la vía que conduce a Caloto (Cauca). El paisaje, las grandes extensiones de cultivos de caña. La segunda cita era en el Resguardo Huellas, el mismo que adelanta, desde 2005, una de las peleas más enconadas del pueblo nasa: “La liberación de la madre tierra en la hacienda La Emperatriz”, una extensión de tierra de 120 hectáreas que, según ellos, les fueron arrebatadas a sus ancestros por terratenientes. Desde hace 11 años luchan contra el Esmad, el Gobierno y los dueños de La Emperatriz por quedarse con las tierras donde, según los indígenas, se planeó una de las peores masacres, la de la hacienda El Nilo.
Según Edwin Mauricio Capaz, Coordinador del Tejido de la Vida los derechos Humanos del Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric), en La Emperatriz es muy significativa, porque ahí se coordinó la matanza ocurrida el 16 de diciembre de 1991 en El Nilo, donde murieron 20 indígenas y 5.000 más fueron desplazados. La masacre fue liderada por Orlando Villa Zapata, alias Rubén, un hombre que cumplió órdenes de los hermanos Castaño, quienes se aliaron con terratenientes locales para expulsar a los indígenas.
Justamente, la hacienda El Nilo fue la parada siguiente de la caravana de la Guardia Indígena. Era un momento único para muchos, pues no conocían la trágica historia que en ese lugar ocurrió. En dos filas y con sus bastones en alto, recorrieron a pie medio kilómetro para llegar al cementerio donde estaban sus hermanos. En el camino pintaron de verde y rojo algunas paredes, para dejar un recuerdo de su paso. Con mensajes que decían “Guardia Indígena presente” y “524 años de lucha, intentaron inmortalizar lo que ahí sucedió.
Al llegar al cementerio, había cruces a los lados del camino de piedra que llegaba hasta una especie de altar. Estaban marcadas y con los nombres de las 20 víctimas. “Muchos pasábamos por el territorio, pero no conocíamos los lugares donde nuestros compañeros dieron la vida”, dijo Feliciano Noscué, líder de la Guardia Indígena. A la vez que avanzaba la ceremonia, Feliciano Noscué brindaba con chinchorro sobre las tumbas para volver a despedir a los muertos.
Uldarico Pito, un indígena que se ve cansado con el pasar de los años, a quien la lucha por defender el pueblo nasa le ha cobrado la vida de cuatro familiares –todos víctimas de la masacre de El Nilo– dejó ver el dolor que le causaba pisar las tumbas de sus seres queridos: “Nuestros ancestros han dicho que el camino tiene que seguir dando luz para las nuevas generaciones. Los caídos no se pueden olvidar. Con la masacre del Nilo el Estado y otros actores armados intentaron meternos miedo, pero ellos nunca nos han podido dominar, porque lo que generó fue que nos extendiéramos más y nos organizáramos”, señaló.
“Las cosas no son gratis”, dijo uno de los líderes de la Guardia Indígena. “La Guardia Indígena, el pueblo nasa, persiste y sobrevive, manteniendo la identidad cultural. Estamos en pie y seguimos. Brindamos con un líquido sagrado para que nos retroalimenten y nos den más ideas”, sería la última proclama de la visita a la hacienda El Nilo.
Por el camino se visitó al Resguardo Toez, una zona que reúne a varias familias indígenas que fueron damnificadas por la avalancha del río Paez en los años 90 y en la que asesinaron a dos importantes líderes: Jaime Mestizo y Marino Mestizo. Al primero lo mataron en 2010, al parecer, los paramilitares. Lo amarraron con sus propios cordones y le dispararon tres veces en la cabeza. El segundo murió en 2011, luego de que un sicario le disparara mientras esperaba una chiva para asistir a una reunión de la Guardia Indígena.
Otros tres indígenas del Resguardo Toez fueron asesinados en menos de dos años. Libardo Pacho, quien murió a los 26 años en noviembre de 2014 a manos de asesinos no identificados. Gerardo Velasco y Emiliano Tróchez, quienes el 6 de febrero de 2015 desaparecieron cuando conducían una motocicleta por la vía a Caloto, fueron las otras dos víctimas. La hipótesis es que sus muertes fueron a manos de grupos paramilitares que han intentado entrar en la zona y ganar respeto a sangre y fuego.
La Guardia Indígena, a pesar de soportar largas caminatas, los gases lacrimógenos del Esmad y de esquivar las balas de los fusiles de las Farc, tiene otra gran virtud: comer. Con mazamorra y un sancocho de gallina fueron el motor de los guardias para persistir y no decaer en el recorrido. Grandes pailas y ollas siempre estaban acompañando el viaje. Además, los distintos resguardos que recibían la visita de la caravana, siempre tenían a la mano un “pequeño refrigerio” para ayudar al compañero en su camino a reconstruir la memoria. Pero, luego de alimentarse, los relatos de dolor seguían reconstruyendo las historias de los kiwe thegnas caídos.
El momento más crítico para la Guardia Indígena fue la masacre de Gualanday, un vereda del municipio de Corinto. En esa zona, entre cañaduzales, fueron asesinados 13 indígenas el 18 de noviembre de 2001, a manos de los paramilitares de alias H. H.. Con lista en mano y ante la mirada de los niños bajaron de la chiva a las víctimas, las acostaron en el piso y con tiros de gracia los despidieron de sus familiares. En la ceremonia, en la que pintaron piedras con los colores de la bandera de los kiwe thegnas –verde al conmemorar a la madre naturaleza y rojo por la sangre derramada–, se escuchó resonar el himno de la Guardia Indígena. Un canto a su valentía que rememora a sus caídos:
“Indios que con valentía y fuerza en sus corazones, por justicia y pervivencia, hoy empuñan los bastones. Son amigos de la paz, van de frente con valor. Y levantan los bastones, con orgullo y sin temor. Pa delante compañeros, dispuestos a resistir: Defender nuestros derechos, así nos toque morir. Compañeros han caído, pero no nos vencerán, porque por cada indio muerto, otros miles nacerán”.
Esa última frase, “por cada indio muerto, otros miles nacerán”, se repitió sin cesar durante el acto, pues el poder de la Guardia Indígena es el apoyo de todo el pueblo nasa. “La Guardia tiene poder gracias al apoyo de la comunidad. Es un trabajo conjunto porque el rol del guardia es avisar y alertar. La comunidad es la que permite que una sola persona que se enfrenta a los guerrilleros no tenga miedo”, le dijo a este diario Martha Tunubalá.
“Incansablemente hemos luchado para que nuestra cultura perdure. Reunirnos en estos espacios donde han caído compañeros es importante. Por eso hay que seguir con la frente en alto y portando el bastón de la Guardia Indígena. Las autoridades ancestrales no están solas y cuentan con el apoyo de los kiwe thegnas. No más miedo ni masacres en nuestros territorios”, fueron las palabras de cierre en la conmemoración de la masacre de Gualanday.
La última parada del día era la vereda El Horno, zona rural del municipio de Miranda y ubicada a lo alto de la montaña en la cordillera Central. Parecía ser un lugar solitario, pero una cancha de fútbol con pasto sintético chocaba con el paisaje. Las chivas subieron unos metros más y se llegó al sector donde se conmemoró la muerte de Richard Alexánder Peña, miembro del Resguardo Cilia a Calera, que fue asesinado por las Farc el 18 de agosto de 2010. “Es muy simbólico este representante y estar recordando, porque nuestros mártires no se pueden olvidar, son el reflejo de nuestro proceso. Tenemos que mantenerlos vivos”, fueron las palabras de José María Garcés, uno de sus compañeros.
Ya caía la noche y en el camino a la finca Las Palmas, donde la Guardia pasaría la primera noche de su recorrido, se dibujó un paisaje que asombró a más de un guardia sobre las laderas de la montaña. Era una especie de pesebre entre el monte. Centenares de luces brillaban, pero no eran de las casas construidas en medio de la nada. “Son los famosos cultivos hidropónicos, los de marihuana”, dijo uno de los guardias. Todos rieron, otros seguían asombrados. Era un ambiente menos tenso, ya no se hablaba de la muerte.
Canciones de salsa, vallenato y rancheras acompañaban el final del primer recorrido. Grupo Niche, Rubén Blades y Diomedes Díaz eran las voces que más se escuchaban. Al pisar la finca Las Palmas, en el municipio de Miranda, los guardias armaron sus carpas. El descanso era necesario, pues el día siguiente, el segundo, comenzó a las 5:00 de la mañana y fue en el que los combates entre las Farc y la Policía reaparecieron en el departamento e intentaron frenar el recorrido de los indígenas.
Conozca aquí el video: Guardia Indígena, en medio de fuego cruzado