Los bonaverences son gente sencilla, alegre, humilde, bailadores de salsa, jugadores de fútbol; han vivido desde siempre cerca del agua, la pesca y la piangua. La mayoría de las familias eminentemente afrocolombianas, habitan la zona de bajamar en palafitas o casas de madera construidas sobre pilares en las tranquilas aguas del Pacífico colombiano, territorio ganado al mar hace ya 473 años; estas casitas de madera se alzan en terrenos que hoy han adquirido un gran valor dada la proyección de modernización que se prevé para el Puerto más importante de Colombia.
El Distrito Especial de Buenaventura tiene 377.105 habitantes, 183.430 hombres y 193.675 mujeres.La pobreza alcanza niveles de 66%, el desempleo sobrepasa el 49%. No obstante, por el Puerto entran y salen 12.7 millones de toneladas de productos en una relación comercial que solo en 2013, según el DANE, produjo al país $31 billones de pesos. De acuerdo con datos de las Sociedad Portuaria de Buenaventura, el Puerto reporta a la economía del país entre 14 y 15 millones de dólares al año; cabe resaltar que el Distrito también es un nicho pesquero, maderero y cuenta con yacimientos de oro, plata, grandes fuentes hídricas y una inmensa biodiversidad. De esta gran riqueza que producen los grandes negocios, muy poco le es asignado al Distrito y es Buenaventura el municipio con el nivel más bajo de prestación de servicios públicos del país, pues no cuenta con alcantarillado ni agua potable y el servicio de acueducto sólo se recibe cada cuatro días.
Este puerto que será la entrada de Colombia al mercado asiático, vive una crisis social, humanitaria y política muy aguda. De acuerdo con el informe de Human Right Watch, sólo en 2013 la violencia expulsó a más de 19.000 personas y se reportaron cerca de 396 casos de desaparición forzada. En opinión de las organizaciones sociales y de derechos humanos, cerca de 120 jóvenes han sido asesinados, en algunos casos desmembrados y decapitados; 14 mujeres han sido víctimas de asesinatos en modalidad que alcanza formas aberrantes, como el empalamiento y el descuartizamiento de sus cuerpos. El Distrito vive una situación aterradora, pues está en manos de actores criminales como los herederos de los paramilitares del Bloque Calima, La Empresa, los Urabeños, los Mexicanos, estructuras criminales organizadas que instalaron en el Puerto centros de finanzas, rutas del narcotráfico, escuelas de sicariato, negocios de trata de personas, microextorción, casas de “pique” que son centros de tortura donde se realizan prácticas de desmembramiento a personas vivas, cuyas partes son luego diseminados por los barrios y por las playas para instalar el terror en la población; su accionar se orienta al control territorial, económico y político.
El panorama es verdaderamente desolador, Buenaventura vive hoy confinamiento barrial, está demarcada geográficamente a través de “fronteras invisibles”-líneas imperceptibles-, y quien atraviese esas líneas de control territorial lo paga con la muerte; las zonas de mayor vulnerabilidad son las comunas 1,3,4,10 y 12. En este contexto la población se debate entre el abandono estatal, la miseria y la guerra. Los jóvenes y las mujeres son la población de mayor vulnerabilidad, los jóvenes son víctimas de reclutamiento forzado, fenómeno que se ve alimentado por la falta de oportunidades de empleo y proyecto de vida, lo que los constituye en terreno fértil para el reclutamiento de las bandas criminales. De acuerdo con la personería municipal, el 70% de los jóvenes están inmersos en el conflicto, y son utilizados para fortalecer todos los eslabones del narcotráfico, la extorsión y para actividades de sicariato.
En cabeza del obispo de Buenaventura, Héctor Epalza, Pastoral Afro y otras organizaciones sociales, se realizó el 13 de marzo una gran marcha por la vida y por la paz, en la que confluyeron centenares de personas de la sociedad civil; al día siguiente un joven fue desaparecido, asesinado y descuartizado; las partes de su cuerpo fueron diseminadas a lo largo de la ruta por donde ocurrió la marcha. En respuesta a la marcha por la vida, los violentos responden con la barbarie habitual.
Entre tanto, el Gobierno Nacional argumenta un dispositivo que aún no se evidencia, orientado a la superación de la pobreza, e implementa un plan con 3.400 efectivos de la fuerza pública, que militariza la vida cotidiana y pocos resultados muestra en términos de seguridad humana; pues por un lado está la violencia de los grupos criminales y por otro, la violencia institucionalizada, que sume a los bonaverences al olvido histórico, la exclusión y a la miseria.
En este contexto y para mayor desgracia, en la madrugada del 1o de abril, un incontrolable incendio arrasó buena parte de los barrios de bajamar, 35 viviendas fueron consumidas por las llamas y 196 familias quedaron sumidas en la intemperie. Las voces silenciadas susurran que las bandas provocaron el incendio “para que nos vayamos”, mientras que el establecimiento asegura que “fue un corto circuito”.
Así, entre la histórica y profunda desigualdad, el desempleo, la disputa por las rutas del narcotráfico, el control territorial y social de las estructuras criminales, las casa de “pique”, la colosal ocupación militar, y el terror y el miedo instalados en los habitantes; el Distrito Especial de Buenaventura avanza entre los grandes negocios, los megaproyectos, la gran inversión para la adecuación del Malecón, la alta infraestructura modernizadora portuaria orientada a preparar las condiciones para la Alianza del Pacífico. Todas las desgracias humanas confluyen en Buenaventura (…), denominada así, por nacer de las aguas tranquilas y apacibles del océano pacífico.
Pero ante todo debe quedar claro que esta complejidad de Buenaventura, expresada en violencia endémica, no es provocada por el infortunio, la mala suerte o el azar. No. Todo tiene un origen: tratarse de una población negra, palenquera y despreciada históricamente por todas las élites racistas gubernamentales de Colombia. Y una razón: estar ubicada en una zona geoestratégica para la entrada y salida de los negocios internacionales que alimentan la acumulación de los empresarios colombianos e internacionales, que junto a las mafias y sectores militaristas, les interesa limpiar el puerto de gente pobre y negra, para ampliar la plataforma de entrada y salida de mercancías.
Betty Puerto Barrera
Asociación MINGA
Bogotá, abril de 2013