Compartimos el artículo de Colombia 2020, proyecto periodístico del diario El Espectador, con quienes recorrimos el municipio de Policarpa Nariño, el cual será zona de concentración de los frentes 29 y 8° de las Farc…
En este municipio del sur del país, el río Patía rompe la cordillera occidental. Los campesinos lucen camisetas con mensajes de apoyo al proceso de paz, sin olvidar las atrocidades cometidas por paramilitares, Ejército y guerrilla. Durante tres años hubo toque de queda y hoy se preparan para la concentración de los insurgentes que dejarán las armas.
El 30 de julio de 2016 llegamos a Madrigales, el corregimiento del municipio de Policarpa (Nariño) donde estará ubicada la vereda para la concentración de los frentes 29 y 8º de las Farc. Ese día, David López habría cumplido 28 años de vida. Su padre, Adolfo López, un líder campesino que nos muestra la historia del pueblo a través de las calles, dice que a esa hora tendría que estar en la fiesta de su hijo y no contando cómo lo encontró en la madrugada del 1º de septiembre de 2011 al lado de la subestación de Policía. La carne se había esparcido por la calle y en las paredes descolgaban pedazos de su ser querido. “Me tocó enterrar cuatro kilos de él. Mi ADN quedó regado para siempre en este corregimiento”.
(Conoce aquí la galería fotográfica de esta visita…)
Las lágrimas de Adolfo se mezclan con un largo silencio en el centro del pueblo. ¿Por qué es capaz de ponerse una camiseta que dice “Yo apoyo los acuerdos de La Habana”, aun sabiendo que David murió por el regalo bomba que mandó la guerrilla a los policías de Madrigales?, le pregunto. “Porque si no hay perdón, nunca habrá paz en este país”, responde, y mira al cielo. Esa tarde llueve en la cordillera Occidental.
De la carretera Panamericana, en Puerto Remolino, a la cabecera de Policarpa hay tres horas de trocha inclinada por toda la margen derecha del río Patía. Dos horas después se sube a Madrigales y más adentro, donde se ve el cañón del río San Pablo, está la vereda La Paloma. Más adelante están las tropas de las Farc, bajo el mando de alias Ramiro, donde se aprecia algo único: las aguas del Patía rompiendo la cordillera Occidental rumbo al Pacífico colombiano. Es el fenómeno natural llamado la Hoz de Minamá.
En La Paloma, donde sería la zona de concentración de la guerrilla, Pedro Esmenin Jurado espera nuestra llegada. Carga una carpeta café bajo su axila izquierda y unos documentos que cuentan cómo lo obligaron a construir justo en ese lugar el campo de entrenamiento de los paramilitares el 30 de marzo de 2004, durante 18 días. “Ahí donde será el helipuerto de la zona veredal había pilotes, espalderas, alambradas para arrastre, muros de asalto, escaleras, etc. Eso todo lo hice yo con la madera de la vereda”. Oficialmente, la comunidad ya fue informada de que en este lugar se concentrarán las Farc. El próximo miércoles esperan la visita técnica de miembros de las Farc, el Gobierno y la ONU para la verificación y delimitación del predio.
Hasta hace poco Pedro cumplió su palabra con los paramilitares: callar. “Yo les dije que no podía ir, que solamente les prestaba la motosierra. Es que me daba miedo que llegara el otro grupo y atentara contra mi vida pensando que era de los mismos. Entonces uno de ellos procedió a agredirme: con un culetazo me reventó la ceja izquierda. Otro de más mando le gritó que no me matara, que yo le servía más vivo que muerto”.
Es lo que relata este campesino de 49 años, quien tiene la misma camiseta que luce Adolfo. Su historia no fue reconocida por la Unidad Nacional de Víctimas, pues tras solicitar la inclusión en la base de datos la entidad resolvió: “A los 19 días del mes de marzo de 2013, no incluir a Pedro Esmenin Jurado en el registro único de víctimas y no reconocer los hechos de tortura en persona protegida y el hecho de secuestro”, porque no se encontró evidencia alguna que permita establecer y concluir que los hechos ocurrieron tal y como él los narra, dice el informe de la unidad.
Policarpa y Madrigales están en el último informe de riesgo inminente que emitió la Defensoría del Pueblo el 29 de abril de 2014. En 2013 ya había advertido sobre el incremento de las acciones del frente 29 de las Farc en la parte norte de la cordillera Occidental, “con el objetivo de mantener y ampliar los corredores de movilidad entre el Cauca y la costa Pacífica”.
Las Farc tienen presencia en la parte baja y media del municipio de Policarpa, en los corregimientos de Sánchez, Santacruz y El Ejido. Con posterioridad a la emisión del informe de riesgo 027 del 23 de septiembre de 2013, se presentó un ataque armado de presuntos guerrilleros del frente 29 contra la estación de Policía del corregimiento Madrigal, en el cual murieron los civiles Juan Agustín Gaviria Delgado y Auro de Jesús Benavides Rosero. “Resultaron heridos dos menores de edad con esquirlas de los artefactos explosivos y averiadas al menos 40 viviendas”, dijo entonces la Defensoría.
“Lo que hemos vivido lo sabemos perdonar. Aquí hubo falsos positivos del Ejército, muchas matanzas de los paramilitares, problemas con la guerrilla. Tres años nos tuvieron en toque de queda. A las 6 p.m. cerraban con cadenas el pueblo y nadie se enteró de eso”, recuerda Adolfo.
La pedagogía por el sí en Policarpa
A las cinco de la tarde de ese viernes hay reunión de la Junta de Acción Comunal para socializar los acuerdos a los que han llegado las Farc y el Gobierno en Cuba. Hay varias cartillas didácticas con logos de la guerrilla. Una de ellas dice: “Desarrollo rural y agrario. Para la democratización y la paz con justicia social de Colombia. 100 propuestas mínimas”. Sin embargo, aclara: “El resultado no representa la totalidad de las propuestas de las Farc-EP para el campo colombiano. Se trata de medidas que permiten la transición a una sociedad en paz, en la que continuaremos luchando por cambios más profundos”.
En la plaza de la cabecera de Madrigales se empiezan a aglomerar los campesinos. Frente a nosotros está la casa de dos pisos de Rómulo, averiada con tiros de fusil desde 2013, cuando la guerrilla intentó tomarse la subestación del corregimiento y los oficiales la utilizaron como escudo. Hay más de 200 personas, algunas con la camiseta que luce Adolfo López, el presidente de la Junta. Es como la de la selección Colombia, pero con logos propios y mensajes alusivos a la paz. Alrededor de un balón hay un letrero que dice: “Colombianos, la paz es el camino”. Y en el centro, en letra mayúscula: “Yo me la juego por la paz de Colombia”.
“Lo que más queremos es que lo que pasó en esta casa no se repita. Da tristeza saber que en cualquier momento puede ser así. O que tener esta camiseta puede ser un motivo de conflicto, porque no todo el mundo está de acuerdo con el proceso de paz. No todo el mundo está de acuerdo con que se acabe con la coca. Pero lo importante es empezar a darles una salida a los demás productos que se cultivan aquí en Madrigales”, comenta Rocío Marroquín, quien trabaja en un almacén de insecticidas.
En los últimos años la producción agropecuaria ha querido resurgir. Muchos campesinos prefieren la seguridad alimentaria, ya que, como en otras regiones, comercializar les da más pérdidas que ganancias. Están desarrollando un censo cocalero para empezar el tránsito a la sustitución de cultivos de uso ilícito. Los principales candidatos para reemplazar la coca son el cacao y el café. El último censo realizado por la Umata muestra la disposición de 150 agricultores que desean sembrar 370 hectáreas del primero.
Además, según la Federación de Cafeteros, hay más de 400 hectáreas de café sembradas, y la yuca, el arroz en la zona de Madrigales y Sánchez, y los frutales en El Ejido son productos que fácilmente se dan en la zona y que los policarpenses aspiran a sembrar en cantidades.
Rocío habla mientras le da la espalda a la cancha de voleibol, a esa hora atiborrada de jóvenes que juegan, a pesar de que al lado aún están las trincheras de la Policía. “Al menos la comunidad ya juega partidos con los uniformados”, dice Marroquín. Justo en ese instante, el subintendente Martínez, comandante encargado de la subestación del corregimiento, se percata del lente de la cámara que ronda por el pueblo y se acerca a nosotros. “Señores, me permiten sus escarapelas”. Luego: “Les voy a pedir un favor. No apunten al puesto de Policía. Tenemos prohibido tomar fotos, porque estamos en una zona de conflicto”.
Cuando le pregunto su opinión sobre el proceso de paz, Martínez responde: “Hay una aparente calma con respecto a este proceso. Es un corregimiento que tiene miedo, porque aquí ha habido combates entre la Fuerza Pública y la guerrilla y los que llaman comúnmente paracos, porque aquí es la mata del negocio de los cultivos ilícitos. Para nadie es un secreto que Nariño es el mayor productor de coca del país. Y más porque se aprovechan del difícil acceso de la zona… Preferimos no dar una opinión del proceso, porque uno se mentaliza con los miles de posibilidades. Como puede que funcione, puede que no”. Pero ¿quiere que funcione?, insisto. “Uno está sometido a un régimen y es lo que ellos digan. La Fuerza Pública es así”.
Al bajar de la vereda La Paloma, a la entrada de Madrigal se ven dos elefantes blancos recién estrenados: el ancianato y el Centro de Desarrollo Infantil (CDI). “No hay recursos para que sigan funcionando”, dice Adolfo, mientras seis policías patrullan el pueblo con armas de largo alcance y cuidando sus ángulos de visión.
El fantasma paramilitar también sigue vigente en la zona. En 2014 lo advertía la Defensoría del Pueblo. La conformación de dos nuevos grupos armados ilegales: “Los de Policarpa, reducto de Los Rastrojos y/o Rondas Campesinas del Sur o Rocas del Sur, ocupando las zonas abandonadas y sometiendo a la población civil a extorsiones, amenazas, homicidios y secuestros”.
El otro grupo se llama Los de El Ejido. Según el informe de riesgo del Ministerio Público emitido en 2014, “este grupo se habría constituido recientemente, y tendría acuerdos con las Farc para combatir a Los de Policarpa”.
A lo largo del río Patía que busca la bahía de Tumaco, han pasado muchos comandantes protagonistas de esta guerra: alias Efraín, alias Japonés, alias Camilo, alias el Flaco, alias Javier, alias Ramiro, alias Cachamba, entre otros, que han liderado el frente 29 de las Farc.
Por el otro lado están los comandantes de los paramilitares a los que en Policarpa señalan de ser autores de masacres y desapariciones aguas abajo del Patía. Ellos son: Guillermo Pérez Alzate, alias Pablo Sevillano; Guillermo León Marín, alias Álex o el Doctor, y Aníbal de Jesús Gómez, alias Juan Carlos, los mandos del bloque Libertadores del Sur de las Auc. Pablo Sevillano reconoció, en versión libre en Estados Unidos, en junio de 2009, que ordenó 28 homicidios entre 2000 y 2004 en esa región del país.
En el polideportivo del corregimiento, Adolfo, con la camiseta puesta, les insiste a los campesinos en que le llegó la hora a la paz. Mientras, el subintendente Martínez camina por los alrededores del parque, sin arma y con la chaqueta del uniforme arremangada hasta el antebrazo. “Actividades como un partido de voleibol entre nosotros y la comunidad buscan que la percepción de los pobladores hacia los uniformados cambie. Es uno de los esquemas del posconflicto, que haya un mayor acercamiento a la gente”, dice Martínez.
Adolfo, desde adentro de la plaza, recuerda a todo pulmón su historia y llora. “Mucha gente aquí en el pueblo, cuando estalló la bomba, jugó con la carne de mi hijo porque pensaban que era un marrano. Después se confirmó que era un ser humano. Mi niño, mi David. Eso fue hace cinco años, a las 6:40 de la mañana. Yo no estaba, porque los paramilitares me iban a matar y me tocó desplazarme hacia el Huila. Cuando me informaron regresé a Madrigales. Regresé a recoger sus restos y cuatro kilos sólo enterré. Desde ese día me quedé en el pueblo porque la única forma de que tengamos paz en Colombia es perdonando de corazón a nuestros victimarios”.
** Fotografias: Sonia Cifuentes/ Asociación MINGA