Desde la Asociación Minga, celebramos los 15 años de labor del Comité de Integración Social del Catatumbo CISCA un proceso social que es ejemplo de lucha, resistencia, construcción y puesta en marcha de propuestas autónomas por el Buen vivir en Colombia. 

Retomamos esta bella semblanza que escribimos hace un tiempo sobre este proceso y que hoy cobra mayor vigencia. En vídeo Diana Sánchez, directora de nuestra organización, saluda a la gran familia Ciscana y ubica principales logros de este proceso así como los retos que se vislumbran y en los que sin duda estaremos acompañándoles para asumirlos con la entereza y dignidad que caracteriza a las mujeres y hombres que se abrazan bajo las banderas de la integración, la vida y el territorio.

El Comité de Integración Social del Catatumbo, CISCA, es la versión actual del agrupamiento de resistencias, alternativas y promesas que han signado la gallardía histórica de los pueblos indígena y campesino de esta región, desde la colonización petrolera hasta la carbonera, que ya anuncia otro siglo de miserias, violencias y devastación ambiental.

La cuenca binacional del Catatumbo teje el territorio, desde el páramo de San Turbán hasta el sur del Lago de Maracaibo, con grandes riquezas naturales y en la frontera de dos modelos en disputa. Allí hay muchos intereses en juego, y en ese permanente forcejeo entre la vida y la ambición, la Asociación MINGA surge allí en una de las etapas más notables del proceso comunitario, por los comienzos de los años 90: la de las juntas comunales, las cooperativas, las tiendas comunitarias, los festivales culturales y los movimientos cívico-políticos.

Pero la codicia empresarial y gamonal no aceptó de buena gana que su hegemonía económica y política fuera puesta en cuestión y aplicó su ley: donde pone el dólar pone la bala. Es cuando el papel de MINGA se hace más urgente y aporta a la construcción de otra de las redes destacables de este tiempo: la de derechos humanos. Frente a la barbarie, pudo sostenerse la decisión de la dirigencia de permanecer en el territorio, a la vez que la opinión pública y los organismos nacionales e internacionales conocieron de estas críticas realidades; y se convocó la solidaridad y se exigió la responsabilidad estatal.

A mediados del 2004, cuando los odios al servicio de los capitales apenas anunciaban su desmovilización, el Catatumbo se reencuentra en San Pablo, en el municipio de Teorama, bajo el amparo de una gran Misión Humanitaria. Allí se renueva el compromiso de integrar socialmente el territorio en torno al Plan de Vida, la apuesta de región de este proceso que desde entonces se llama CISCA. Sobre la base organizativa tradicional: el movimiento comunal, la restauración del tejido comunitario adoptó múltiples formas asociativas que mueven todo el Catatumbo en torno a diversos aspectos: los cultivos ilícitos, los recursos energéticos, la memoria colectiva, las mujeres, los jóvenes, lo cultural, lo ambiental, lo binacional…

Los retos del Cisca ahora están centrados en hacer valer su Plan de Vida para el Catatumbo ante la nueva intervención que los capitales transnacionales han urdido sobre su biodiversidad y sus recursos mineros y energéticos. Y ahí Minga mantendrá su compromiso de afirmar las esperanzas de futuro para la gente catatumbera de la mano del Cisca.