Un soldado levanta una bandera
azul, blanca y roja
desde el meridiano de
un sol mestizo.
Grita patria y se enfrenta
a la traición de abril
desde los morichales de Orito
sabe que puede terminar muerto,
preso o torturado y siente un
ardor en la garganta.
Tiene el coraje de los enardecidos de sal,
de los cañeros amanecidos,
de los comuneros de oriente y
de los carnavaleros de Gaira.
Tiene fuego en la sangre y
ardor en las tripas.
Buscará a Carlos en Puentequemado
mientras sube al páramo de Granizales
cerca del cielo
y entre las factorías del agua y
los olores de esparto
soñará con la paz para sanar
la angustia de los olvidados.
Su rabia es tranquila, pero
se muerde en silencio el
índice con el que ya no dispara y
baja del monte a
contar sobre el canto de los pájaros
del hielo.
Camina de espaldas al pasado sin
olvidar los besos ni las
flores de las amantes del tiempo.
Sube las escalinatas del templo
donde existe un oráculo
encadenado y vuelve a soñar
con las alondras dormidas.
Cree, a pesar del ardor en su
corazón volcánico.
Lanza de nuevo la bandera en
el depósito de los archivos
del hambre y sus
repercusiones
Y vuelve la traición a ser su suerte.
Grita desde los ventanales
mientras la patria lastimada por los
bastardos de siempre, se resiente.
Sobre esta piedra se tendrá que construir
algún día la esperanza.
Francisco Bustamante
Bogotá, marzo 20 de 2014